lunes, 8 de agosto de 2011

EL CENTENARIO DE UN SABIO COMUNISTA




EL CENTENARIO DE UN SABIO COMUNISTA


Por José Miguel Varas



El 28 de agosto de 1983 habría cumplido 100 años el sabio Alejandro Lipschütz, nacido en Riga, capital de Letonia, que desplegó en Chile, a lo largo de más de medio siglo, una portentosa labor científica en diversos campos: fisiología, endocrinología, investigación sobre el cáncer, antropología, investigaciones marxistas. Militante desde 1904 del Partido Obrero Social demócrata Ruso, el Partido de Lenin, participo activamente en la Revolución de 1905. La ofensiva reaccionaria que se desató a continuación lo obligó a abandonar Rusia y a vivir como exiliado en Alemania, Austria y otros países europeos. Sus trabajos en el campo de la fisiología le dieron pronto un prestigio internacional y ésta es la razón por la cual la Universidad de Concepción le propuso, en 1926, dirigir la cátedra de esa especialidad recién creada en la Escuela de Medicina penquista. Asi se inició la relación entrañable que el Profesor Lipschütz iba a mantener toda su vida con Chile, donde recibió en 1969 el Premio Nacional de Ciencias, recién creado, donde el Congreso le otorgó por ley la nacionalidad chilena y donde militó en las filas del Partido Comunista. He aquí un testimonio personal sobre el sabio, de José Miguel Varas.

Me parece escuchar aun su voz recia y bien timbrada, levemente nasal, su habla de notable correción, en la que las erres guturales y casi metálicas aportaban el elemento exótico; me parece, sobre todo, ver sus penetrantes ojos oscuros, que los gruesos lentes hacían aun más grandes, ojos capaces de ver y de comprender todo, infinitamente cálidos e inteligentes. Menudo y frágil, como un pájaro, con un rostro triangular que se prolongaba hacia abajo en una pequeña barba blanca en punta, siempre vestido con la más extrema pulcridad, era como el prototipo del sabio de laboratorio que han construido la literatura y el cine. Sin embargo, y con ser efectivamente un investigador que dedicaba largas horas al trabajo de laboratorio, no tenia nada del "sabio distraído" o ajeno a la realidad. Seguía con infatigable atención los acontecimientos de cada día, no sólo en el terreno político -que lo apasionaba- sino también en otros múltiples dominios de la vida social.

Sus largos años de vida le proporcionaban siempre una perspectiva más rica y más profunda de los hechos, pero no tenia nada del anciano que vive rememorando el pretérito como sumergiéndose en un mundo ajeno y mejor que el presente. Recuerdo que una vez me contó cómo leían en Riga, con su hermano mayor, un relato -indudablemente de inspiración monárquica- sobre los horrores de la Revolución Francesa. Aquello ocurría en el pequeño dormitorio que ambos compartían, cuando corrían los años finales de la década del 90, del siglo pasado. Trato de reconstruir sus palabras:

-Mi hermano leía aquellos relatos sobre cabezas que caían cercenadas por la guillotina y lágrimas rodaban por sus mejillas. Yo tendría entonces menos de 15 años y lloraba también. Entonces mi hermano, tomándome las manos con una emoción muy viva, me dijo: " ¡Sacha, Sacha! Debemos felicitarnos de que vivimos hoy en una época altamente humanista y civilizada, en que tales horrores ya no pueden repetirse". Yo asentía a sus palabras. ¡Qué poco sabíamos del mundo! Pronto, muy pronto, iban a venir horrorosos "pogroms", el "domingo negro" de San Peterburgo, las represiones después de la Revolución de 1905... Y mucho más todavía: la guerra del 14, la guerra civil en Rusia y la suma de horrores superior a todos aquellos, la segunda guerra mundial, con su epilogo de las bombas atómicas norteamericanas en Hiroshima y Nagasaki»..

Conversar con él era una permanente aventura intelectual. Su mente siempre alerta, profundamente analítica, hacia que uno mirase los fenómenos bajo una luz nueva, desde ángulos diferentes. En el maravilloso retrato suyo trazado por Neruda cuando el sabio cumplió 80 años, dice el poeta: "Mi vecino me dio la sorpresa del eterno descubrimiento, del continuo florecer, de la incesante curiosidad, de la justiciera pasión, de la perpetua alegría del conocimiento".

Alejandro Lipschütz llegó a Chile en abril de 1926, junto con su esposa Margarita Vogel. Poco después viajó a Concepción, para asumir sus funciones en la cátedra de fisiología de la Escuela de Medicina de esa Universidad. En aquel primer invierno en Chile, no sólo estableció contacto con sus colegas y sus alumnos, sino que encontró además el tiempo para explorar la región. Su primera visita a Lota le deparó una sorpresa que recordaba con emoción al hablar conmigo, 40 años más tarde:

-El barro y la miseria de la ciudad minera, aquella vida tan penosa de los hombres del carbón, nos impresionaron especialmente a Margarita y a mi. Fue caminando por una de esas calles fangosas, en la tarde de invierno, con escasa iluminación, que hice un descubrimiento enorme. En una de aquellas casas de madera, había un letrero borroso y a punto de caer en el que se podía leer la palabra "Librería". Nos aproximamos, y a través de la ventana, que no podría calificarse de escaparate, puesto que era una simple ventana, débilmente iluminada, tras la cual se había colocado una mesa, adosada por dentro, pude ver algunos libros. Forzando la vista, llegué a ver con mi gran asombro, que entre ellos había uno o dos folletos de Lenin y un volumen con "La miseria de la filosofía", de Marx. Chile vivía entonces una época incierta, en la que se sucedían golpes y contragolpes militares y en la que el movimiento obrero era muy perseguido. Por eso, no penetramos en aquella "librería" y nos alejamos, del lugar. Pero yo sentía una alegría extraordinaria, al ver que a aquella ciudad tan proletaria y al parecer tan desesperanzada, había llegado el pensamiento socialista científico y se comenzaba a producir, aunque fuera un brote incipiente, aquella fusión del marxismo con el movimiento obrero, que es la condición necesaria de la revolución.

El profesor Lipschütz nunca ocultó sus convicciones y participó a lo largo de muchos años en la actividad del Partido Comunista. Siempre acompañado por Margarita, su esposa, lo vimos participando en actos públicos de diverso carácter, incluso durante la proscripción del Partido, bajo el régimen de González Videla. En 1944, intervino en la fundación del Instituto Chileno-Soviético de Cultura, a cuya actividad entregó un gran aporte. En marzo de 1972, cuando algunos partidarios de la Unidad Popular vacilaban ante la creciente ofensiva de la reacción, ingresó en un acto público al Partido Comunista de Chile. Al periodista soviético Guenadi Sperski, que conversó con él aquel día, le dijo sonriendo; "De hecho, hace mucho que estoy en el Partido. Trabajo en él desde hace muchos años. Mi ingreso ahora es más que nada un acto formal, cuya postergación está vinculada a ciertas peculiaridades de la vida del emigrante. En otros tiempos, por ejemplo durante el régimen de González Videla, por ser militante comunista se me pudo haber privado de la ciudadanía chilena".

Después del golpe militar de 1973, su casa de la calle Hamburgo 366, fue allanada con la brutalidad habitual. El profesor y su esposa dormían cuando llegaron los asaltantes. Los encerraron con llave en su dormitorio. Desde allí, ellos sintieron el estrépito de los bototos militares recorriendo las habitaciones, subiendo y bajando la escalera. Escucharon voces de mando, imprecaciones, y luego el ruido de los estantes de libros derribados, de los muebles destrozados, de los vidrios que se quebraban. Cuando se les permitió salir de su encierro, encontraron un cuadro de devastación. Valiosos libros destruidos; objetos de antigua alfarería indígena, quebrados; desaparecidas algunas de las medallas otorgadas al sabio por universidades de diversos países del mundo. Los vándalos uniformados habían destruido también el maravilloso jardín, lleno de flores, que Margarita cultivaba con amor. Al parecer en busca de armas, habían abierto hoyos y zanjas por todas partes.

Cuando en 1969 se le otorgó el Premio Nacional de Ciencias, el Dr. Alfonso Asenjo propuso que ese premio llevara en el futuro el nombre dé Alejandro Lipschütz. Es, sin duda, una proposición justa, porque nadie ha dado una contribución mayor que la suya al desarrollo de la ciencia en Chile. Un gobierno popular y realmente nacional podrá y deberá hacerla realidad en el futuro.

Pablo Neruda, en el retrato suyo ya citado, escribió:

"Es el gran iluminador marxista de regiones oscurecidas de nuestra historia, oscurecidas por la charlatanería sin sustancia o por la interesada vileza. Por lo tanto, sus palabras despiertan, como las revelaciones poéticas, la contraola del furor, la estéril espuma reaccionaria. Sobre esos oleajes del pasado, nuestro inextinguible amigo trabaja a plena conciencia dándonos tanta luz que aun somos incapaces de medirla.

El hombre más importante de Chile no mandó nunca regimientos, ni ejerció nunca un Ministerio, no mandó sino que fue mandado en una Uníversidad de provincia. Sin embargo, para nuestra conciencia, es un General del pensamiento, un Ministro de la creación nacional, el Rector de la Universidad del porvenir.

El más universal de los chilenos nació lejos de estas tierras, de estas gentes, de estas cordilleras. Pero nos ha enseñado más que millones de los que aquí nacieron; nos ha enseñado no sólo ciencia uníversal, método sistemático, disciplina de la inteligencia, devoción por la paz. Nos ha enseñado la verdad de nuestro origen, mostrándonos el camino nacional de la conciencia. Y su sabiduría nos revela que la exactitud, la plenitud y la pasión pueden convivir con la justicia y la alegría".


Publicado en: Boletín del Exterior N°61

septiembre - octubre 1983

Partido Comunista de Chile


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