jueves, 12 de abril de 2012

Catoncitos habemus

Editorial de El Siglo, edición 1605 del 13 de abril de 2012


Marco Porcio Catón (234 a 149 a. c.), político, escritor y militar romano fue apodado El Censor y desde entonces la tradición nombra así a quienes se atribuyen tal “oficio”. No se trata, por cierto, de un elogio, pues se los llama así, “catones”, por su exagerada e infundada pretensión de intervenir en la vida de la gente, en los niveles tanto público como privado.

Estos señorones dan lecciones, pontifican, prohíben… Y cuando tienen poder, lo utilizan con total perversión para imponer a los demás sus gustos y preferencias, así como sus fobias que disfrazan de “principios”.

Para legitimar su gestión prohibitoria, se amparan en una calidad moral en la que sólo ellos creen. Al parecer, el primer Catón, el romano, sí era un incorruptible, un intachable.

¿Es el caso de los que pretenden tomar hoy su lugar?

Pero no se trata de descalificar a los nuevos catones, por enormes que sean las vigas de sus ojos, pues aún de malas bocas pudieran escaparse algunas verdades. Aunque no sea éste el caso.

De lo que se trata, en verdad, es del contenido de sus catonadas. Se manifiestan contra toda “exclusión” –bien es cierto que con algunas y significativas salvedades- pero a ese ejercicio democrático le imponen algunas restricciones que más que enriquecerlo lo disminuyen hasta el punto de hacer de la “inclusividad” algo simplemente retórico.

Ellos –los nuevos catones- parten de una pretensión que quieren instalar como indiscutible: que son dueños de la verdad y de la moral, la coherencia y otras yerbas. Y que, en tanto tales, pueden –¡y deben!- distribuir certificados de buena conducta. Son algo así como el barómetro que marca “democracia” o no democracia…

Su “excelencia” en tales materias los habilitaría para distinguir y prescribir y, naturalmente, prohibir y llegado el caso reprimir.

Señalan los límites y levantan las barreras: sí, es cierto, no les cabe sino asumirlo, los comunistas –pues de ellos se trata, qué duda cabe- pueden estar en los municipios –ojalá hasta el nivel de concejales, nada más allá. Hasta es posible, ya que no queda más remedio, que estén en el parlamento.

Pero de allí a que puedan entrar en alguna suerte de “diálogo republicano” con otras fuerzas políticas, hay una distancia que ellos se encargarán “catonamente” de precisar. Es la vieja política de la “contención”.

¿Y a que le temen estos catoncitos de a tres por chaucha? ¿Temen, por ejemplo, que a quienes concuerden, ¡en algo!, con los comunistas se les contaminen algunas de las bacterias que caracterizan, como enemigos del orden y la moral, a los que han conocido en sus filas a los Recabarren, Neruda, Lipschutz, Quintana, Coloane, de la Barra, Carvajal, Teitelboim, por mencionar sólo a algunos?

¿Tan poca confianza tienen en la solidez de los principios de quienes se sienten a conversar con los comunistas tras objetivos compartidos, que no ven otro alivio a sus obsesiones que prohibirles todo contacto?

¿A quién están “conteniendo” en estrechas fronteras? ¿A los comunistas o a todos aquellos que en algún momento, y por razones públicamente expuestas, concluyan en la necesidad, o conveniencia, de embarcarse en propuestas programáticas comunes y en los medios políticos de hacerlas realidad?

Lo que están haciendo –o diciendo, que es una forma de actuar- “altos personeros” de la derecha desde el gobierno, el parlamento y otras instancias de diversas naturalezas- es el ejercicio más antidemocrático que se pueda concebir. Es un abuso de poder, un aprovechamiento desvergonzado de sus redes comunicacionales y, lo que es más inaceptable, una impudicia.

Pero, y hasta nuevo aviso, “catones habemus”.

EL DIRECTOR