sábado, 7 de abril de 2012

MEDITACION SOBRE LA SIERRA MAESTRA


Escrito en el año 2000

Pablo Neruda

Quiero hablar con las últimas estrellas

ahora, elevado en este monte humano,

solo estoy con la noche compañera

y un corazón gastado por los años:

Llegué de lejos a estas soledades,

tengo derecho al sueño soberano,

a descansar con los ojos abiertos

entre los ojos de los fatigados,

y mientras duerme el hombre con su tribu,

cuando todos los ojos se cerraron,

los pueblos sumergidos de la noche,

el cielo de rosales estrellados,

dejo que el tiempo corra por mi cara

como aire oscuro o corazón mojado

y veo lo que viene y lo que nace,

los dolores que fueron derrotados,

las pobres esperanzas de mi pueblo:

los niños en la escuela con zapatos,

el pan y la justicia repartiéndose

como el sol se reparte en el verano.

Veo la sencillez desarrollada,

la pureza del hombre con su arado

y entre la agricultura voy y vuelvo

sin encontrar inmensos hacendados.

Es tan fácil la luz y no se hallaba:

el amor parecía tan lejano:

estuvo siempre cerca la razón:

nosotros éramos los extraviados

y ya creíamos en un mundo triste

lleno de emperadores y soldados

cuando se vio de pronto que se fueron

para siempre los crueles y los malos

y todo el mundo se quedó tranquilo

en su casa, en la calle, trabajando.

Y ahora ya se sabe que no es bueno

para siempre los crueles y los malos

y todo el mundo se quedó tranquilo

en su casa, en la calle, trabajando.

Y ahora ya se sabe que no es bueno

que esté la tierra en unas pocas manos,

que no hay necesidad de andar corriendo

entre gobernadores y juzgados.

Qué sencilla es la paz y qué difícil

embestirse con piedras y palos

todos los días y todas las noches,

como si ya no fuéramos cristianos.

Alta es la noche y pura como piedra

y con su frío toca mi costado

como diciéndome que duerma pronto,

que ya están mis trabajos terminados.

Pero tengo que hablar con las estrellas,

hablar en un idioma oscuro y claro

y con la noche misma conversar

con sencillez como hermana y hermano.

Me envuelve con fragancia poderosa

y me toca la noche con sus manos:

me doy cuenta que soy aquel nocturno

que dejé atrás en el tiempo lejano

cuando la primavera estudiantil

palpitaba en mi traje provinciano.

Todo el amor de aquel tiempo perdido,

el dolor de un aroma arrebatado,

el color de una calle con cenizas,

el cielo inextinguible de unas manos!

Y luego aquellos climas devorantes

donde mi corazón fue devorado,

los navíos que huían sin destino,

los países oscuros o delgados,

aquella fiebre que tuve en Birmania

y aquel amor que fue crucificado.

Soy sólo un hombre y llevo mis castigos

como cualquier mortal apesarado

de amar, amar, amar sin que lo amaran

y de no amar habiendo sido amado.

Y surgen las cenizas de una noche,

cerca del mar, en un río sagrado,

y un cadáver oscuro de mujer

ardiendo en un brasero abandonado:

el Irrawadhy desde la espesura

mueve sus aguas y su luz de escualo.

Los pescadores de Ceylán que alzaban

conmigo todo el mar y sus pescados

y las redes chorreando milagrosos

peces de terciopelo colorado

mientras los elefantes esperaban

a que les diera un fruto con mis manos.

Ay cuánto tiempo es el que en mis mejillas

se acumuló como un reloj opaco

que acarrea en su frágil movimiento

un hilo interminablemente largo

que comienza con un niño que llora

y acaba en un viajero con un saco!

Después llegó la guerra y sus dolores

y me tocan los ojos y me buscan

en la noche los muertos españoles,

los busco y no me ven y sin embargo

veo sus apagados resplandores:

Don Antonio morir sin esperanza,

Miguel Hernández muerto en sus prisiones

y el pobre Federico asesinado

por los medioevales malhechores

por la caterva infiel de los Paneros:

los asesinos de los ruiseñores.

Ay tanta y tanta sombra y tanta sangre

me llaman esta noche por mi nombre:

ahora me tocan con las alas heladas

y me señalan su martirio enorme:

nadie los ha vengado, y me lo piden.

Y sólo mi ternura los conoce.

Ay cuánta noche cabe en una noche

sin desbordar esta celeste copa,

suena el silencio de las lejanías

como una inaccesible caracola

y caen en mis manos las estrellas

llenas aún de música y de sombra.

En este espacio el tumultuoso peso

de mi vida no vence ni solloza

y despido al dolor que me visita

como si despidiera a una paloma:

si hay cuentas que sacar hay que sacarlas

con lo que va a venir y que se asoma,

con la felicidad de todo el mundo

y no con lo que el tiempo desmorona.

Y aquí en el cielo de Sierra Maestra

yo sólo alcanzo a saludar la aurora

porque se me hizo tarde en mis quehaceres,

se me pasó la vida en tantas cosas,

que dejo mis trabajos a otras manos

y mi canción la cantará otra boca.

Porque así se encadena la jornada

y floreciendo seguirá la rosa.

No se detiene el hombre en su camino:

otro toma las armas misteriosas;

no tiene fin la primavera humana,

del invierno salió la mariposa

y era mucho más frágil que una flor

por eso su belleza no reposa

y se mueven sus alas de color

con una matemática radiosa.

Y un hombre construyó solo una puerta

y no sacó del mar sino una gota

hasta que de una vida hasta otra vida

levantaremos la ciudad dichosa

con los brazos de los que ya no viven

y con manos que no han nacido ahora.

Es ésa la unidad que alcanzaremos:

la luz organizada por la sombra,

por la continuidad de los deseos

y el tiempo que camina por las horas

hasta que ya todos estén contentos.

Y así comienza una vez más la Historia.

Y así pues, en lo alto de estos montes,

lejos de Chile y de sus cordilleras

recibo mi pasado en una copa

y la levanto por la tierra entera,

y aunque mi patria circule en mi sangre

sin que nunca se apague su carrera

en esta hora mi razón nocturna

señala en Cuba la común bandera

del hemisferio oscuro que esperaba

por fin una victoria verdadera.

La dejo en esta cumbre custodiada,

alta, ondeando sobre las praderas

indicando a los pueblos agobiados

la dignidad nacida en la pelea:

Cuba es un mástil claro que divisan

a través del espacio y las tinieblas,

es como un árbol que nació en el centro

del mar Caribe y sus antiguas penas:

su follaje se ve de todas partes

y sus semillas van bajo la tierra,

elevando en la América sombría

el edificio de la primavera.

Tomado de: http://www.pablonerudaantologiapopular.cl/