jueves, 5 de julio de 2012

ELIAS LAFERTTE, UNA VIDA REVOLUCIONARIA EJEMPLAR







DE LA HISTORIA DEL PARTIDO



ELIAS LAFERTTE, UNA VIDA REVOLUCIONARIA EJEMPLAR

por José Oyarce


Los grandes procesos sociales y políticos son obra de las masas en acción. Las ideas revolucionarias se convierten en fuerza real cuando los respectivos pueblos las hacen suyas y luchan contra las clases dominantes. Pero en todos los procesos revolucionarios victoriosos o en desarrollo, ha estado y está presente la aportación de prominentes figuras que, con su preparación teórica y política, su inteligencia y dedicación, su trabajo creador y su carisma, han contribuido o están contribuyendo con eficiencia a la difusión de las ideas revolucionarlas, a la creación o fortalecimiento de la organización popular y de los partidos obreros, a desarrollar la conciencia de los trabajadores y del pueblo, y a la transformación de todos esos factores en fuerza real para la batalla por la conquista del poder, la revolución y el socialismo.

En la vida de los partidos revolucionarios existe también este fenómeno. Lo fundamental, lo permanente en ellos es el partido mismo, su ideología, su filosofía, su concepción revolucionaria del hombre, la naturaleza y la sociedad, su organización, su actividad combativa y su vinculación con la clase obrera y el pueblo. Pero el papel de las personalidades que actúan en su seno tiene una significación vital. Ellas aportan con su trabajo creador, su sabiduría, su influencia y su prestigio, a la divulgación de los principios y la línea política entre las masas, en la búsqueda de que las masas hagan suyas las posiciones del Partido y las conviertan en fuerza política y social combatiente.

Recabarren jugó ese papel con su obra, que culminó con la fundación del Partido Comunista.     Elias Lafertte, su mas sobresaliente discípulo, nacido el 19 de diciembre de 1886 en Salamanca, aldea campesina de la provincia de Coquimbo, fue también un auténtico paladín de las luchas proletarias en Chile y promotor infatigable de la actividad revolucionaria del Partido.

Fue una personalidad de la política chilena que, con sus notables condiciones personales, políticas y morales, contribuyó en un margen superior a lo común, a la difusión de las ideas comunistas en Chile, al fortalecimiento de las vinculaciones del Partido con la clase obrera, la intelectualidad y otros sectores de la sociedad chilena. Como dirigente del Partido dejó una huella imborrable. Con su trayectoria política, su calidad humana, responsabilidad partidaria y enorme simpatía personal, se granjeó la estimación y el respeto de sus compañeros de labores en los organismos dirigentes, de todos los militantes y simpatizantes del Partido, asi como la de aquellos que le conocieron por su intensa actividad política y social.

Fue inflexible con los enemigos del pueblo, intransigente cuando se trataba de cuestiones de principios. Su actuación militante se distinguió por la decisión y la energía con que defendió la unidad ideológica y política del Partido. Los que intentaron con malas artes afectar de algún modo el Partido, fueron objeto de su crítica implacable y demoledora con que enfrentó las tendencias oportunistas. Los equivocados de buena fe, siempre contaron con su palabra de aliento con la que les orientaba a esforzarse para enmendar rumbos.

Nunca faltó su buen consejo para el que lo necesitaba. Don Elías se caracterizó por su espíritu profundamente humano, fue estrictamente respetuoso de la dignidad y los derechos de los militantes. Aunque tuvo cierta fama de regañón, que a veces elevaba y enronquecía el tono de su voz, y en alguna ocasión hasta blandió de manera insinuante su bastón, nunca pasó más allá, porque esa era sólo una de las formas con que ponía énfasis en sus expresiones.

Siendo un niño, viaja con su familia al norte del país, a la pampa salitrera donde emergía con notable combatividad el proletariado minero. Allí despertaron en él sus primeras inquietudes políticas y sociales. Como era lógico, no lograba explicarse fácilmente fenómenos que presenciaba en la vida diaria y que despertaban su preocupación. De algunos de ellos era también protagonista. Pronto siente la necesidad de trabajar. Busca la manera de encontrar un lugar para incorporarse, no siempre se encontraba con facilidad. En más da una ocasión debió alejarse de su familia para trabajar, para hacerlo no allí donde le hubiera gustado hacerlo, al lado de los suyos y particularmente de su madre, sino donde se presentaba esa posibilidad. Desempeña diferentes oficios tanto en la pampa como en las maestranzas. Allí comenzó a tomar conciencia de la significación social, política y económica de la explotación de la que empezaba a ser objeto.

En el primer decenio de este siglo presencia la iniciación e incremento de las inquietudes del proletariado pampino de Tarapacá. Se sentían agobiados por la magnitud de la explotación con que los aplastaba el capital, ávido de rápidas y suculentas ganancias. EI descontento se extendía y se expresaba de mil maneras, a pesar de las limitaciones que imponía la carencia de organización adecuada y la falta de experiencia que les permitiera enfrentar en buenas condiciones la lucha contra sus explotadores. En 1907, don Elias, que a la sazón, se empinaba por los 20 años, observó con simpatía y agrado un ascenso acelerado de la protesta que los obreros manifestaban cada día con mas decisión y amplitud.

Ese proceso ascendente de las luchas del joven proletariado nortino culminó con un esfuerzo supremo con que los obreros presionaban para que se les escuchara y se les diera satisfacción a tan justas demandas. Para el joven Lafertte no resultaba fácilmente comprensible que se negara tan intransigentemente a los trabajadores soluciones a problemas tan evidentes y justamente sentidos por ellos. ¿Qué exigían los obreros? Ninguna cosa del otro mundo. Entre otras, que sus salarios les fueran pagados en moneda legal, válida para el comercio en cualquier lugar del país, en vez de las fichas que sólo servían para comprar en las pulperías que eran negocios de las mismas compañías.

Ese sistema sometía a los obreros a una doble explotación. Por una parte, se les pagaban bajisimos salarios, y por otra, se les obligaba a comprar en negocios de las mismas empresas, donde se les cobraba precios especulativos muy superiores a los del comercio libre.

Esa ola incontenible de agitación y protesta de los trabajadores por las condiciones de explotación y miseria en que se les mantenía, se extendió como un reguero de pólvora por la pampa y desembocó en una gigantesca manifestación en Iquique con la presencia de decenas de miles de pampinos con sus mujeres y sus hijos.

Desde todos los puntos cardinales de la región, de todos los centros salitreros desfilaron los trabajadores hacía el puerto, en tren y otros medios de transporte, y muchos a pie en agobiadoras caminatas por la pampa que les destrozó los zapatos y les hirió los pies hasta sangrar. Nadie quería estar ausente de aquella manifestación proletaria grandiosa. Reinaba en ellos la decisión de luchar y también la esperanza de ser oídos y de ver satisfechas sus justas aspiraciones. Don Elías fue uno de los miles de participantes en ese esfuerzo supremo con que los obreros intentaron romper la voracidad insaciable de las compañias y quebrar la gruesa costra de insensibilidad con que las autoridades protegían los intereses de los explotadores.

Al joven Lafertte le impresionaba la multitud, ver tanta gente y tan ardiente movilización. Nada le hacia prever algún percance. Como a todos los protagonistas de esa gloriosa jornada, sólo le interesaba una culminación victoriosa del conflicto. Pero la solución no dependía de los trabajadores, sino de sus antagonistas. Las compañías y el gobierno tenían sus respectivas posiciones, que estaban muy lejos de coincidir con las de los manifestantes. No estaban dispuestos a tolerar que una movilización como esa, terminara con un triunfo de los obreros. No les agradaba la posibilidad de un ejemplo como ese. Por eso se esforzaron primero en desmovilizar a los trabajadores, y en desarticular la jornada, después, tratando de devolver a los manifestantes hacía sus lugares de origen. El fracaso los indujo a reprimir salvajemente a los obreros. Para ello, quisieron concentrarlos en lugares que les facilitara ese perverso objetivo. Los obreros se guarecieron en la Escuela Santa Maria. Ahí fueron atacados brutalmente el 21 de diciembre de 1907. Mas de 3.600 hombres y mujeres cayeron acribillados por la metralla asesina.

La masacre fue horrible, una de las más abominables de las muchas a que recurrió la reacción en ese periodo, el que, por eso mismo, fue llamado el decenio sangriento. El crimen allí perpetrado por las castas gobernantes, del que Elias Lafertte fue testigo presencial, le impacto fuertemente y acicateó su interés por encontrar el sendero que le permitiera endilgar sus pasos hacia una meta que intuía y soñaba, pero que no tenia del todo claro.

Fue su encuentro con Recabarren el que selló definitivamente su destino. En junio de 1911, cuando frisaba los 25 años, invitado por su amigo Jerónimo, viaja desde la Oficina Ramlrez al pueblo de Huara a esperar a Recabarren. Allí conoce y escucha al Maestro. No lo había conocido antes, pero sus compañeros de trabajo le habían hablado de él. Sentía verdadero interés por verlo de cerca, y, si le fuera posible, conversar con él. Esa fue la oportunidad. Le sorprendió su tranquilidad y su parsimonia. Pero lo deslumbró su sabiduría, su inmensa confianza en las luchas del pueblo, su enorme seguridad en el porvenir, y el contagioso optimismo con que abordaba los asuntos del país, de los trabajadores y del pueblo.

Desde ese instante comenzó a desaparecer en él la incertidumbre que lo embargaba, la inseguridad que lo atormentaba, y la sensación de vida sin destino que lo mantenía en un estado de pesimismo que le parecia de muy difícil solución. Asi se inició esa etapa de su vida en la que se fue convirtiendo en el colaborador más cercano del Maestro, hasta transformarse en su más descollante discípulo. Muchos años después, don Elías escribió "Esa noche de Junio de 1911, mi camino junto a la clase obrera de Chile había quedado trazado para siempre".

Fue un hombre de inquieto temperamento que le hizo llevar una vida muy agitada. En toda su intensa actividad puso siempre sentido de clase, gran dinamismo, responsabilidad y eficiencia. Esas virtudes, sumadas a su notable talento, determinaron que siempre estuviera en las primeras y más importantes trincheras del combate, en las más viables y audaces posiciones dirigentes. Como Recabarren, su Maestro, trabajó en las imprentas donde se imprimían los periódicos revolucionarios. Su dedicación a la causa y su temple proletario pueden aquilatarse hasta en sus reacciones respecto de los asuntos mas simples, como cuando en sus primeros encuentros con Recabarren éste le preguntó: "Elias, no querría venirse a trabajar con nosotros, cuando haya una vacante?"  -"Por supuesto que me gustaría mucho", respondió. "¿Y cuales serian sus aspiraciones en cuanto a salario?"- "Lo suficiente para comer", respondió.  Según él, Recabarren pareció satisfecho con su respuesta. Así era él, sencillo y espontáneo. Formó parte del grupo de los que con Recabarren fundaron en 1912 el Partido Obrero Socialista en Iquique. En el Congreso que la Federación Obrera de Chile (FOCH) realizó en Chillán en 1923, fue elegido como miembro de su Junta Ejecutiva y designado tesorero nacional. En 1926 fué elegido Secretario General de la misma. En las labores que le impuso ese cargo, desarrolló una intensa actividad destinada a fortalecer esa entidad clasista, esforzandose por acrecentar sus vínculos con los sindicatos legales, por una parte, y a enfrentar la represíón que tendía a arreciar en contra de los núcleos obreros más concientes y combativos, así como contra el Partido Comunista y otros sectores democráticos. En sus múltiples actividades sociales, sindicales y políticas, dejó estampadas en trazos indelebles sus peculiares condiciones de intrépido dirigente proletario. En el cumplimiento de su noble misión, recorrió la geografía de la patria no sólo difundiendo las ideas de la revolución social y la incitación a la organizaclón, la unidad y la lucha, sino que esparciendo también, con natural generosidad, el hálito de su incomparable ternura.

Luchar en esa época, como lo hizo Lafertte, no era tarea fácil. Los regímenes reaccionarios reprimían sin contemplación a los rebeldes, a los indómitos. Con mayor razón si ellos eran revolucionarios. El ser dirigente de las orgenizaciones de trabajadores o de los partidos obreros, significaba no sólo asumir responsabilidades importantes y honrosas, sino también afrontar indudables riesgos. Las líbertades públicas y la seguridad personal no eran atributos por los que se distinguieran los gobiernos burgueses. Por el contrario. Las puertas de las prisiones y el acceso a los lugares más inhóspitos del territorio, estuvieron siempre expeditos para los trabajadores que osaban organizarse, así como para demócratas o revolucionarlos que luchaban por la libertad y la democracia. Lafertte pudo apreciar en carne propia la predilección con que las castas gobernantes se ensañaban con los que exigían garantías democráticas y mejores condiciones de vida y de trabajo para obreros y empleados. En numerosas ocaciones fue encarcelado, muchas veces víctima de trato vejatorio, y en otras sometido a brutales torturas.

Repetidas veces fue relegado a lejanos parajes donde la vida era verdaderamente dura. La Isla Más Afuera lo tuvo como relegado junto a decenas de luchadores de distintos puntos del país; la Isla Mocha fue otro de los sitios donde lo enviaron a expiar su delito de fidelidad para con los intereses de los trabajadores y del pueblo, quienes le habían confiado tan altas como honrosas distinciones. Pero no fue eso todo. En 1929, junto a numerosos perseguidos, fue confinado en la Isla de Pascua, ubicada a 3.500 millas del continente, y que en esos años fue utilizada con frecuencia casi continuada para relegar a dirigentes obreros y opositores a los regímenes derechistas. Allí, y por supuesto que más que en otras partes, la vida era extremadamente difícil. El aislamiento era aplastante, atracaban barcos sólo una o dos veces en el año.  Los relegados mitigaron los efectos deprimentes que les producía la lejanía, la carencia de información, y la falta de contactos con sus familiares, conquistando la comprensión de los isleños. Y lo consiguieron plenamente. Cuando los presos recuperaron su libertad y se disponían a zarpar hacia el continente, se produjeron escenas de honda emoción.  Los amigos pascuenses de los presos lloraban de pena por el alejamiento de ese grupo de compatriotas que les habían brincado su amistad pero también de alegría, porque comprendieron que partían en líbertad y a reunirse con los suyos.

Las persecuciones por duras que fueran, como lo fueron, no lograron quebrantar su moral   comunista, su pasión revolucionaria, ni sus profundas convicciones internacionalistas. Cada vez que salía de las cárceles o regresaba de las relegaciones, reiniciaba sin tardanza sus labores políticas y sindicales. Al regresar de Isla de Pascua, como el mismo lo dijo se entregó con más fervor que antes a la lucha. Había llegado a Santiago el 3 de enero de 1930 y el día 5 se encontraba participando en una conferencia nacional del Partido, realizada en la más absoluta clandestinidad.

Después de la caída de Ibañez, ocurrida el 26 de Julio de 1931, la represión fue un recurso que continuaron aplicando los gobiernos burgueses que le sucedieron. El Partido Comunista y las organizaciones populares seguían siendo victimas de la persecución. Don Elías, como correspondía a las condiciones políticas existentes en esos meses, actuaba en la clandestinidad. En ese período se tejieron algunas especulaciones respecto de su paradero y actividad. Un rumor que corrió decía que se encontraba en Coquimbo al frente de la sublevación da la marinería; otro afirmaba que había sido muerto por efectivos del gobierno. La verdad era distinta, pues, se encontraba en Santiago sumergido en su trabajo político. Para eludir la persecución, dormía en distintos lugares. Sus reuniones con el organismo dirigente del Partido se realizaban en condiciones de profunda clandestinidad.

A los gobiernos burgueses le quedó chico el territorio del país para encarcelar o relegar a Lafertte. En 1936, el gobierno de Arturo Alessanari lo involucró en el proceso por la huelga ferroviaria y logra que los tribunales lo condenen al destierro en México. En las elecciones parlamentarias de marzo de 1937 el Partido lo proclama candidato a senador por Tarapacá y Antofagasta. Su triunfo le permitió regresar en gloria y majestad. Al llegar al país, lo primero que hizo fue recorrer las provincias que al ungirlo su representante en e1 Senado, habían hecho posible su regreso a la Patria. Y, de nuevo, se dedica por entero a las grandes tareas políticas que le imponía la nueva situación del país, en la que el Partido era uno de los protagonistas importantes.

Lafertte fue un político inteligente y un revolucionarlo sagaz. Pero se distinguió también por su espíritu de sacrificio y su insuperable abnegación. En 1932 se organizó en Santiago una conferencia nacional del Comité Antiguerrero, que se realizaba en preparación de la participación de los chilenos en un torneo continental que se efectuaría en la capital uruguaya. Se designó una delegación que representaría a Chile en el evento continental. A Lafertte le correspondió integrar ese grupo. Las condiciones políticas en esos días eran complicadas en Chile. Para los dirigentes de los partidos populares no era tarea fácil abandonar el territorio nacional. Las dificultades para salir del país eran verdaderemente grandes. Estimaron que iniciar los trámites para obtener pasaporte era un riesgo que podía impedirles el cumplimiento de la misión que se les había encomendado y decidieron salir así no más. Cruzaron la cordillera clandestinamente, parte a caballo, y la mayor parte a pie. Sufriéron las más increíbles penurias y peripecias, pero llegaron a su destino y cumplieron el encargo que se les había confiado. Ese episodio de su vida es una demostración de la pasión y la audacia con que sirvió a la causa revolucionaria y a las ideas comunistas que abrasó desde su Juventud.

Don Elías fue un intemacionalista de gran sensibilidad. Sintió como verdaderamente suyas las luchas del proletariado y las fuerzas democráticas en otras latitudes. Se conmovió hasta la emoción con los triunfos conquistados por otros pueblos en cualquier parte del mundo. Fue un apasionado admirador de la Gran Revolución de Octubre y un amigo leal de la Unión Soviética y del Partido de Lenín. En 1931 visitó por primera vez el país que abrió el camino del socialismo en el mundo. Años después escribió: "Es difícil para mi expresar lo que sentí entonces, hacer comprender lo que para un comunista significa visitar la Unión Soviética". Y agregó: "Creo que el de esa invitación fue uno de los momentos más felices de mi vida". Así fue el afecto que sintió siempre por la patria de los bolcheviques que en octubre da 1917 conmovieron al mundo con su espectacular victoria revolucionaria y cambiaron el curso de la historia de la humanidad.

En 1936 fructifican en Chile los esfuerzos por formar el Frente Popular. En ello jugaron un gran papel los acuerdos del 7° Congreso de la Internacional Comunista, que llamó a impulsar la creación de frentes populares contra el fascismo en todas partes. En Chile se formó con la participación de comunistas, socialistas, radicales y democráticos. En las elecciones presidenciales de 1938 esa combinación llevó como candidato común al dirigente radical Pedro Aguirre Cerda.

Se hizo una intensa campaña electoral que abarcó todo el país. Lafertte fue de la partida y acompañó al candidato en casi todas sus jiras. El era uno de los oradores que hablaba en todas partes. Lo hacía con la seriedad que una elección tan importante como esa exigía, pero también con la gracia que sabia ponerle a sus intervenciones. En varias ocasiones en distintos actos, llamó a uno de los niños presentes y lo sentó a su lado. En el momento oportuno decía en su discurso, éste es Pedro Aguirre Cerda cuando niño. Así era nuestro candidato. En cierta ocasión don Pedro, ladino como era también, le "reclamó", porque había observado que Lafertte elegía siempre al cabro más feo del lugar para compararlo con él.

La traición de González Videla en 1947 obligó al Partido a vivir un nuevo periodo de clandestinidad que se prolongó diez años, mientras estuvo en vigencia la ley maldita, nombre con que el pueblo motejó a la ley que entonces se dictó para ilegalizar las actividades de los comunistas, pero que, como era de prever, no sólo se aplicó contra el movimiento obrero sino contra todo el movimiento popular. En aquel tiempo el compañero Elías participa activamente en la lucha contra el proyecto en el Senado, primero, y en la movilización popular emprendida para exigir su derogación, después. En esos diez años el pueblo y la clase obrera fueron protagonistas de una intensa y memorable movilización democrática destinada a conquistar la derogación de esa ley anticomunista y por el restablecimiento de las libertades públicas en el país. Don Elías pudo estar en el Senado sólo hasta mayo de 1949, fecha en que expiraba su mandato. La ley maldita le impidió postular para su reelección. En 1936 fue implicado en el proceso incoado por la realización clandestina del                    10° Congreso del Partido. Cuando el ministro sumariante le preguntó: ¿De modo que Ud. fue elegido Presidente del Partido?", él contestó: "No, señor ministro; no he sido elegido, he sido reelegido, lo cual es para mi el más grande honor que pudiera caberme". Ese era su temperamento. Esa fue siempre su conducta.

Lafertte tuvo una diligente participación en la lucha por la unidad de nuestro pueblo y la creación de un movimiento popular que, por su fuerza y su amplitud, fuera capaz de emprender con posibilidades de éxito la batalla por el podar. Tal alternativa tenia que desarrollarse a partir de la unidad comunista-socialista. El entendimiento de ambos partidos debía convertirse en el núcleo que aglutinara a su alrededor a muy amplios sectores políticos y sociales del país. Así nació el Frente del Pueblo, primero, y el Frente de Acción Popular, después. Ambos fueron precursores de la Unidad Popular, qun en 1970 triunfara con salvador Allende y estableciera el Gobierno Popular que interrumpió el golpe fascista de septiembre de 1973.

Don Elias cultivó una estrecha y prolongada amistad con Salvador Allende. Fueron grandes amigos que se respetaron mutuamente. Juntos participaron en memorables jornadas políticas, como las campañas presidenciales de 1952 y 1958, y e1 duro batallar por la derogación de la ley maldita. Lafertte lo acompañó también en las elecciones parlamentarias de 1953, en las que Salvador Allende fue elegido senador por el norte, con el apoyo del Partido Comunista.
Ese período de trabajo ilegal se distinguió por la amplia participación de los trabajadores y sectores democráticos en la lucha por la libertad y la democracia, fue aquélla una verdadera actividad de masas que culminó con la alianza política que puso término a la legislación represiva dictada con el propósito de perseguir al Partido Comunista y frenar la unidad y el desarrollo del movimiento obrero y popular. En I958 se creó el Bloque de Saneamiento Democrático integrado por los Partidos Comunista, Socialista, Demócrata Cristiano, Radical, y otros grupos y partidos progresistas. Esa combinación política impuso la derogación de la ley represiva y devolvió al Partido Comunista su derecho a participar legalmente en la vida política nacional.

Abrogada la ley que lo proscribió, el Partido Comunista pudo participar con su nombre en las elecciones parlamentarias de 1961. El nombre de don Elías, Presidente del Partido, no podía faltar en sus listas de candidatos. El Comité Central lo nominó para que postulara por las provincias de Tarapacá y Antofagasta, que ya había representado en el Senado, y a las que se sentía tan estrechamente vinculado. Disciplinado como era, partió al norte a trabajar la campaña. En esos menesteres estaba cuando enfermó de cuidado y debió ser trasladado a Santiago, donde murió, poco antes de las elecciones de marzo de ese año. Su fallecimiento produjo consternación en el Partido , los trabajadores y demás sectores democráticos que le profesaban una gran estimación. El camarada Lafertte fue un proletario talentoso y un comunista de gran corazón.

Fue una prominente figura proletaria de la política chilena durante medio siglo. Los comunistas chilenos, los trabajadores, el pueblo y el movimiento popular lo recuerdan con inmenso respeto y admiración. Nosotros tenemos mucho que aprender de su vida, de su talento, de su perseverancia, de la solidez de sus convicciones revolucionarias, de su dedicación imperturbable a las luchas del pueblo, de su sagacidad política y de su amplitud, de su entrega incondicional al Partido, como el mismo lo decía, de su fidelidad a los principios del socialismo científico y del internacionalismo proletario, de su admiración por la Gran Revolución de Octubre, de su simpatía por la Unión Soviética y por el Partido de Lenin, así como del inmenso amor que siempre sintió por su pueblo. No se trata de copiar los rasgos peculiares de su personalidad, que fueron tan inconfundiblemente suyos, sino de beber en el manantial inagotable de su prolongada y multifacética actividad revolucionaria, de sumergirse en las profundidades del hermoso legado que nos dejara su figura singular. Para nosotros, Lafertte fue como un maravilloso libro que necesitamos leer y estudiar de punta a cabo, para asimilar el cúmulo de sus enseñanzas políticas, morales y partidarias provenientes de su dilatada trayectoria de revolucionario consecuente, patriota, verdadero, y comunista ejemplar.

Publicado en:

Boletín del Exterior Partido Comunista de Chile N°22
Marzo - Abril 1977 - páginas 84 - 93