martes, 3 de julio de 2012

Hablemos de ropa sucia…






Editorial de El Siglo, edición 1617 del 29 de junio de 2012


Hablemos de ropa sucia…



“De estas cosas se habla dentro del país”,  fueron –más o menos- las palabras con que el presidente “del país”, Sebastián Piñera, rechazó abruptamente la pregunta de un periodista que en conferencia de prensa de la BBC de Londres le inquiría su opinión sobre el homenaje rendido recientemente en Santiago de Chile al dictador Augusto Pinochet. Al que, digámoslo de paso, Sebastián Piñera le concede, contra toda legitimidad, el título de “presidente” (“el presidente Pinochet”).

Cierto es que minutos u horas antes, el mismo celoso cuidador de la confidencialidad y privacidad nacionales había calificado el movimiento estudiantil como “manejado” o “dirigido” por el Partido Comunista de Chile. Esto, en declaraciones emitidas también fuera de nuestras fronteras. (¿Se trataría de un involuntario reconocimiento de “la limpieza” de la causa de los estudiantes chilenos? Algo así como un “acto fallido” del presidente Piñera…).

Pero, para ser justos, hay que recordar que este celo nacionalista lo desplegó furiosa y apasionadamente el entonces aún no presidente de Chile cuando, al ser detenido su “presidente” en Londres, pronunció un encendido discurso sosteniendo que Pinochet sólo podía ser juzgado en Chile y que ningún país -menos aun algunos como… allí nombró a más una de una nación africana- podía “arrojarse” (por “arrogarse”) el derecho a enjuiciarlo.

Y es que el jefe de estado que nos tocó en suerte –diga cada cual si buena o mala- conoce al dedillo el habla y la sabiduría populares y se sabe de memoria aquello de que “la ropa sucia se lava en casa”.

Una lúcida periodista –Patricia Politzer- al intervenir en un debate televisivo se preguntaba si lo de fondo en ese debate tenía que ver con “la libertad de expresión” –alegada por los adoradores de la dictadura criminal- o, más bien, con los crímenes contra la humanidad cometidos bajo la batuta de quien sostenía “en este país no se mueve una hoja sin que yo lo sepa”. Hojas, ¿será necesario recordarlo?, que se llaman, por ejemplo, los asesinatos de Carlos Prats y Orlando Letelier, y el atentado a Bernardo Leighton, la Operación Cóndor –cierto es que éstos encargados “a domicilio extranjero”- o los más criollos casos de la Caravana de la Muerte, los Hornos de Lonquén, los “degollados”, Carlos Lorca, Exequiel Ponce, Víctor Díaz, Fernando Ortiz, Carlos Contreras Maluje, Tucapel Jiménez, Marta Ugarte, así como el extenso listado de sacerdotes, dirigentes sociales y políticos, campesinos, estudiantes, dirigentes poblacionales, etc., etc.

Pero, la ropa sucia se lava en casa… Con tribunales que no hace mucho recobraron su dignidad… ¿Se acuerdan, ustedes, de aquel presidente de la Corte Suprema de “Justicia” que exclamó una vez –“en cámara”, para decirlo en lenguaje televisivo- que los desaparecidos lo tenían “curcuncho”?

Bueno, hablemos de “ropa sucia”. Y la pregunta es necesaria, insoslayable: ¿tenemos ropa sucia? Requisito éste, el de la pregunta, para determinar si hay o no hay motivo para “lavarla”.

Si concluye el señor presidente que no hay ropa sucia, pues dicte –si puede- las amnistías y atienda con ternura los reclamos y siga los consejos que le llegan desde Punta Peuco, de los internos y los externos…


Pero si su conclusión es que sí hay ropa sucia… Para lo cual es aconsejable leer los testimonios del Comité de Cooperación para la Paz en Chile, en donde jugó tan honroso papel el recordado obispo luterano Helmut Frenz; los archivos de la Vicaría de la Solidaridad de la Iglesia Católica y posteriormente el Informe Rettig y las conclusiones de la Comisión Valech; los informes internacionales, como los de Naciones Unidas, sin olvidar los fallos de los propios tribunales chilenos.

Pero si su conclusión es que sí hay ropa sucia… Entonces, señor presidente, encabece usted una gran cruzada de Verdad y Justicia ¡y lavémosla!

Sólo así podrá en adelante, si le dan otra oportunidad, decir que “eso” se ve y discute en su país y, haciendo un gesto pleno de honor invitar al impertinente periodista a que venga a nosotros para comprobar y certificar el imperio de la Verdad y la Justicia.

Entretanto…

EL DIRECTOR