martes, 5 de agosto de 2014

Despedida a Beatriz



Estimado Diputado Guillermo Teiller
Adjunto  mensaje de despedida del cro Francisco Herreros a su hija Beatriz, quien .a petición de varios de los que concurrimos al funeral accedió hacer publica su profundo, valiente, dolorosa y sentida reflexión en la despedida y funeral de su hija menor Beatriz,  
Fue tal el impacto de  sus palabras y sentimientos, que nuestros rostros se inundaron de lagrimas de emoción, a la mayoría de las mas de 300 personas que participamos en la ceremonia de responso en el Colegio Chiloe.
Con especial saludo

Juan Manuel Rivera Mardones


Estimado Juan Manuel:

Varias solicitudes en el mismo sentido, me hicieron cambiar de opinión acerca de mi inicial negativa a publicar el mensaje de despedida a mi hija Beatriz. Por tanto, te lo envío con debida autorización para que lo publiques, distribuyas o difundas de la manera que estimes conveniente.


Adios a una Princesa Encantada


Preparé estas insuficientes y toscas palabras para despedir a mi pequeña hija, y compartir con ustedes una pesadumbre que me acompañará hasta el último de mis días.

Cuando Beatriz era chiquita, disfrutábamos una particular afinidad.

Recuerdo que le gustaba cantar conmigo El Curanto. Con su voz cantarina de pajarito gorjeante, ella pronunciaba "el culanto".

También recuerdo que le gustaba especialmente un juego creado por los dos, que consistía en que yo inventaba una historia sobre un personaje llamado ratón mojado, y ella lo representaba con mímica, ante una regocijada concurrencia.

Es que como hija menor, Beatriz creció en un ambiente donde era el centro de la atención, más aún cuando era bella como una princesita encantada, papel que invariablemente desempeñó en las representaciones artísticas de su colegio.

En síntesis, estoy en condiciones de afirmar que en su infancia, Beatriz fue una niña feliz.

Desde mi perspectiva, eso empezó a cambiar desde que salió del colegio Chiloé, un ambiente protegido donde ella ocupaba el centro del escenario, y entró a la escuela anexa del Liceo, donde enfrentó un mundo mucho más competitivo y salvaje.

En lo personal, débase a los típicos cambios asociados a la pubertad, a ciertos rasgos de mi carácter, y tal vez a otros factores que no viene al caso consignar, el hecho es que nos sobrevino un progresivo distanciamiento.

En rigor, no demasiado extremo, ni tan extraño, ni muy distinto al que yo experimenté con mis propios padres, en la época de mi ya lejana adolescencia.

En este punto quiero ser brutalmente franco. Si bien creo que en su niñez Beatriz fue feliz, estoy seguro que vivó su adolescencia como una travesía por un desierto oscuro y hostil.

En lo personal, soy impotente testigo, por no poder haber hecho nada para remediarlo, de numerosas jornadas de cruel sufrimiento, ocasionado por una abrumadora sensación de abandono, aislamiento y soledad, debida en parte a la exclusión que le dispensó el medio externo, pero también, sin duda, a dificultades propias para relacionarse, que se reflejaban en su característica tartamudez. 

Honradamente, pienso que a ella le costó asumir que de un momento para otro, los días de la princesita encantada habían quedado irremediablemente en el pasado.

Pero los que conocieron a Beatriz saben de su temple y determinación

También estoy en condiciones de atestiguar que jamás se rindió en su batalla contra el fantasma de la soledad, ni dejó un solo día de luchar con todas sus fuerzas para derrotarla.

Al final ganó la guerra, pero al precio atroz de buscar un lugar en la vida lejos de su Ancud natal. Sin embargo hoy, al ver a tantos de ustedes, me doy cuenta de que Beatriz también ganó el segundo tiempo en el partido que jugaba de local. 

Volviendo a nuestra relación personal, debo admitir ante ustedes que a ese alejamiento por el que atravesábamos no le concedí la debida importancia, ni adopté las medidas oportunas para conjurarlo, en la creencia de que en esta vida el tiempo es el mecanismo de que disponemos para desatar nudos, reanudar lazos y reestablecer conexiones, como por lo demás me sucedió con mi propio padre.

Debo decir que tampoco nos acompañó la distancia. Yo trabajo en Santiago y Beatriz estudiaba en Buenos Aires, de forma que en los últimos tres años apenas compartimos unos pocos días, cuando coincidíamos en Ancud en sus vacaciones de invierno o de verano.

Hoy, cuando nos inclinamos ante la tragedia irremediable, comprendo que dejar al arbitrio del tiempo asuntos de semejante naturaleza, constituye un profundo error.

Con mi padre, el tiempo nos alcanzó, al punto que cuando lo acompañé al momento de exhalar su último suspiro, sentí que estábamos en paz, y plenamente reconciliados.

Pero con esta pobre hija mía, el tiempo se nos terminó de golpe.

Tenía sólo 22 años...

Y estaba tan hermosa...

Hace dos días, bajo el impacto brutal de encontrarla sumergida en el fondo de una zanja, caí en cuenta de que el tiempo se nos había agotado y que no habíamos logrado, ni jamás podremos hacerlo, recuperar esa cómplice intimidad que alguna vez nos fue propia.

Y eso es algo que no podré perdonarme mientras me quede un hálito de vida. .

Hoy, cuando nos sobrecoge este dolor monstruoso, incomprensible y absurdo, encuentro apenas un módico motivo de consuelo.

Hoy sabemos que su muerte fue casi instantánea.

Eso significa que donde sea que haya partido, cualquiera sea el lugar donde se encuentre, mi pequeña niña llegó sin pagar el peaje de dolor y sufrimiento.

Hoy solo espero que su madre encuentre valor y fuerza para soportarlo.

Conociéndola, no me cabe duda de que en cada una de las noches que le restan escudriñará cuidadosamente cada una de las estrellas del firmamento, en la certeza de que en cualquiera de ellas puede estar su princesita encantada, entregada a la tarea de domesticar a una hermosa pero arisca y arrogante rosa colorada.

Adios, mi pequeña niña querida. Sólo puedo anhelar con toda mi fuerza, que en la estrella donde te encuentres, estés disfrutando la paz. 
  




Gracias y saludos.

Francisco Herreros
Director Diario REDigital