miércoles, 4 de marzo de 2015

Poner en el centro lo que es “central”





Editorial de El Siglo, edición 1756 del 27 de febrero de 2015



Vivimos, y esto no es de ayer, un clima político al menos enrarecido. Uno de sus síntomas es la imposición mediática de la categoría “clase política”. Derivada de una terminología acuñada e impuesta en Europa hace algunas décadas, fue adoptada con indisimulada satisfacción por algunos de nuestros “criollos”. Pero, ¿qué significa?, ¿qué pretende instalar?

En primer lugar, que más allá de la innegable división en clases sociales que caracteriza a países como el nuestro, habría una especie de “súper clase”, ajena  a las realidades sociales, que por consiguiente planearía sobre ellas y constituiría algo así como un club o masonería establecida a partir de altas capacidades y modos compartidos.

Lo curioso, y de graves consecuencias, es que tal espejismo ha penetrado fuertemente en gran parte de nuestra población, y muchos hablan de “la clase política” como de una realidad incuestionable, lo que significa no sólo darle un certificado de existencia sino, lo que es más negativo, aceptar que ella, “esa “clase”, detentaría el monopolio de “lo político”, siendo todos los demás, por lógica implícita, personas políticamente “asexuadas” que hubieran declinado en ella sus derechos a pensamiento, opinión y crítica  y, lo que es de mayores alcances, iniciativa y accionar.

Una de las consecuencias de ese espejismo impuesto como realidad a los ciudadanos de este país es que todos los males, los “gate”, que se destapan diariamente en estos últimos tiempos, se atribuyen en exclusiva a esa “clase política”, sin advertir que algunos de sus integrantes suelen jugar un papel de encubridores o escudo de lo que subyace en el fondo de las irregularidades, conflictos de intereses, cohecho, delitos tributarios, entre otras delicias de nuestra lamentable realidad.

Se disimula, así, o se encubre, el verdadero rostro de una crisis que más que moral –sin perjuicio de que también lo sea- reside en capas más profundas de nuestra sociedad. Es como atribuir los daños ocasionados por un sismo de grado 8, no a él mismo sino a una presunta “debilidad” de puertas y ventanas o a una deficiente disposición de nuestros enseres hogareños.

Es que si “la clase política” es culpable, el modelo neoliberal, con todos sus elementos y aditamentos, es inocente… Y he allí “la madre del cordero”.

Entonces, a pasar la esponja sobre la porfiada continuidad de muchos componentes de la institucionalidad pinochetista.

Dirán como respuestas: ¿Estado subsidiario?, na` que ver… ¿”Economía  social de mercado”?, en absoluto… ¿Plan Laboral?, imposible… ¿Sistema tributario?, harina de otro costal… ¿Privatización de las empresas del Estado y su impune vigencia a 35 años del “fin” de la dictadura?, ¡cómo se le ocurre!... ¿Destrucción de la industria nacional y nefasto modelo exportador?, ignorancia pura…

Y entonces, quedémonos en “la clase política”, y puesto que ella existe y predomina y es omniabarcadora, y etc., abominemos de “la política”, no hagamos uso de nuestra capacidad crítica y dejémosle la cancha abierta para que se hundan solos…

Pero, cabe la pregunta, ¿se hundirán “solos”? ¿O habrá que darles un empujoncito consistente, por ejemplo, en asumir las propias responsabilidades políticas, de “política” en un sentido a la vez amplio por lo inclusivo y unitario, y profundo por su programa de acción, en que sean los trabajadores, los jóvenes estudiantes, las mujeres, los medioambientalistas, los adversarios de toda discriminación, los que copen la cancha?

Alguien, en algún lugar de nuestro planeta, acuñó la consigna “que se vayan todos”.

Cabe preguntarse adónde conduciría esa “salida”, y si en el fondo no se puede vislumbrar, junto al legítimo rechazo a esos “todos”, una concesión a quienes -y no pocas veces de buena fe- preconizan o facilitan una despolitización de masas, que es, precisamente, una de las cartas de triunfo del modelo neoliberal.


¿No sería mejor avanzar en cambiar nuestra realidad lo más a fondo posible, aun a costa de las inevitables gradualidades que sólo se irán venciendo por la efectividad de los propósitos ampliamente mayoritarios de denunciar y derrotar el verdadero motor de las inequidades, las desigualdades y la persistencia de prácticas inmorales y delictuales?  Y ese motor y sustento de todos los “gate” habidos y por venir, no es otro que el modelo económico, político, ideológico y social impuesto por la dictadura y que todavía funciona en beneficio de una cada vez más estrecha y corrupta minoría.