viernes, 17 de marzo de 2017

HOMENAJE A DON LUCHO







por Richard Sandoval


En las piernas, don Lucho tenía úlceras varicosas. A veces intentaba ponerse zapatos para levantarse e ir a marchar, pero no podía. Ya no le entraban, el dolor no lo permitía, la presión del cuero lo dañaba. Así, el médico le ordenó comenzar a usar sólo alpargatas; y con alpargatas, don Lucho salía a marchar, porfiado, vehemente, digno, inmensamente digno. “No más AFP” supo decir montado en sus alpargatas,, a paso lento, afirmado entre un bastón y una pancarta. A su lado, casi un millón de chilenos se admiraba. Muchos ancianos que marchaban por primera vez se mimetizaban a su lado. Pero para don Lucho no era la primera vez. Años atrás, con zapatos, don Lucho salió a protestar cuando en vez de miles los comprometidos se contaban de a docenas.

En el pecho, don Lucho tenía marcas de bayonetas que le habían hecho los milicos, decía. Quizás se las hicieron en dictadura, en los años de su existencia prohibida, clandestina, a mediados de los ochenta, cuando estaba encargado de preguntar a sus compañeros si estaban o no dispuestos a sumarse al Frente. O quizás las marcas se las hicieron antes de todo eso, en los sesenta, cuando llegó a trabajar a la imprenta Horizonte y quedó a cargo de la seguridad de la empresa que hacía realidad la publicación de El Siglo, la Ramona o el Puro Chile. O quizás se las hicieron cuando le tocó proteger al presidente Salvador Allende, o a Volodia, o a Fidel Castro en su visita de 23 días. En cualquiera de esas épocas pudo haber sido, porque en cualquiera de esas épocas don Lucho puso el pecho. Don Lucho era un hombre firme, altivo en las calles, añiñao, como se decía antes. Don Lucho le daba cara a los Carabineros, aunque una vez detenido, como recuerda su amigo Jorge Muller Martínez, se encargaba de educar a los policías. “Cómo no se da cuenta que somos obreros de la misma clase, compañero carabinero”, decía mientras su compañero de clase lo zamarreaba rumbo a una comisaría.

En los ojos, don Lucho tenía la fijeza de esas miradas que porfían, esas de los viejos tozudos que se niegan a quedarse en una plaza a dar comida a las palomas. En los ojos, don Lucho decía con sólo abrirlos que era un viejo comunista, esos que desde la obra en construcción, donde trabajan, toman la micro a una reunión; esos que –como decía el cartelito que portaba en la Alameda mientras los universitarios le sacaban fotos- luchan aún hoy por los jóvenes del mañana. En los ojos, don Lucho también tenía certeza, la certeza de jamás arrepentirse por haber dejado todo, proyectos familiares, profesionales, por la vida entregada a una causa, la causa de organizar, educar, reunir y salir a reclamar.

En la historia, don Lucho va a quedar como uno de los últimos caballeros de la política en Chile, esos de los que “nunca se le escuchó un garabato”, esos que en la asamblea levantaban la mano para ofrecerse como el encargado de seguridad de un local en pascua o año nuevo, para que los compañeros con familia no se perdieran la cena más importante. En la historia, don Lucho va a quedar como uno de los últimos ejemplos del cómo se ganan derechos en un país como Chile, rechazando los “usted está muy viejito, quédese en la casa”, y rogando a compañeros que lo fueran a buscar, porque si no lo hacían él se iba a levantar igual, porque su existencia no tenía otro sentido más que luchar hasta el último suspiro, comunicando siempre, dialogando en todo momento, mientras recibía las monedas de su venta de El Siglo, mientras se acomodaba la boina asegurando que su último sueño es que su alcalde, Daniel Jadue, sea presidente de la República.

En la historia, don Lucho, Luis Guajardo González, va a quedar como esas personas que merecen llevar el nombre de una calle o de un colectivo político, esas personas que próximos jóvenes llevarán tatuado en una pantorrilla, porque es de esos seres humanos que no se borran con el tiempo, ni con triunfos ni derrotas. Porque es de esos hombres que se borran sólo cuando los enemigos de su calma lo hacen. Cuando lo que a don Lucho más le dolió, que en lugar de sus úlceras fueron las injusticias de la patria, deje de doler, recién ahí podría perder fuerza la presencia consistente de su cuerpo menudo y arrugado impreso en fotos de memoria y orgullo. Don Lucho es todo eso, memoria y orgullo, en las piernas, en el pecho, en los ojos y en la historia.